Pensando en Copello

Mirá que cuando estás enamorado pintás mejor, me dijo una vez en la puerta de mi casa, invitándome a que salga porque mis papás le decían que yo pintaba todo el día sin abrir la puerta de mi cuarto. Y claro que me hubiera gustado salir y enamorarme, pero él también me había dicho, mucho antes, en la escuela, que la pintura no es el brillito de unos ojos, mientras me mostraba, orgulloso, una mano que acababa de pintar en la pared con dos pinceladas y ahí ya fue tarde para salir, ya estaba dentro de la pintura o quizás enamorado de ella. Después, cuando vio que la cosa no iba mucho por el lado de dejar los pinceles y salir, antes de un viaje al norte, me dijo vos allá tenés que hacer tres por ocho: ocho horas de pintura, ocho de ocio y ocho de descanso; mirá que nadie puede pintar doce horas por día, tenés que coger también.

Y lo recuerdo así cuando me hablaba, con algunos dientes asomando por la boca como entorpeciendole las palabras, la saliva orillando las ideas de política, historia y arte, los anteojos torcidos, los pelos duros y gruesos de la barba en diferentes tonos de gris, los pantalones sueltos y él tratando de acomodarse en la silla porque le dolía la pierna, la cintura, y puteaba, incómodo, manteniendo una postura tensa cuando estaba mejor, recaliente con el bastón cuando estaba peor.

Con el tiempo salí, pero a pintar afuera de mi casa, y él empezó a acompañarme algunas veces. Fuimos hasta el final de corredores arbolados, a estaciones viejas de tren, a su estudio cuando llovía -allí vi sus cuadros en persona por única vez- y él siempre hablando. Los encuentros de pintura se teñían de su relato avasallante, verborrágico, picante. Quizás hay cosas que me hubiera gustado preguntarle. Cómo era el río que veía cuando cerraba los ojos, qué pasó cuando fue el momento de dejar los pinceles y agarrar los fierros, pero no me animaba, quedaba tapado por por el palabrelío incesante. 

De alguna manera, más allá de los recuerdos juntos que pueda recuperar y dejar anotados en el papel, me quedó no todo lo que dijo, sino él hablando, su voz entre la mía como una conciencia esquizofrénica que aparece cuando estoy pintando, cuando el pincel se me va muy para el brillo del ojo y la voz me dice vos tenés que hacer lo que se te dé la gana porque te piace y que se vayan a cagar, entonces dejo de pintar y salgo, y hay silencio, y lo extraño.

Raúl Copello / Recuerdos del Chaco I / 80x60cm

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