Mis sueños con Dani: XIX. Esperar

                                                                                                                                                               Julio 2017

El día que le siguió a este sueño fue caótico. Trabajé en los preparativos del taller. Para mover un placard tuve que armar y desarmar otros dos placares, en medio del trabajo salí corriendo al departamento porque llegaba la cuna nueva de Agus, volví a trabajar y otra vez volví al departamento para llevar a arreglar el lavarropas, y así el día, así la tarde, y a la noche de vuelta a desarmar la cuna porque el nivel estaba mal para Agus y me encuentro con un tornillo, uno solo, de todos los tornillos que giré en el día, que estaba muy adentro de la madera, insacable, y ahí quedó la cuna de Agus, esperando que vengan a cambiarle esa parte. Al otro día de vuelta a trabajar en los preparativos del taller y sin aviso la vuelven a internar a mi mamá. Y al otro día, mientras espero que me den el lavarropas y que mi mamá se mejore, recuerdo, nítidas, las palabras del flaco. Recuerdo también todo el sueño y escondida dentro, brillando, la cara de Dani, sonriendo para mí, y pienso si todos estos sueños donde, muy a su manera, mi inconsciente elabora la pérdida de Dani, no son presagios del cielo que me preparan para otra cosa. Escribir esto me da miedo y me tiembla la panza.
Un bar en una esquina, de noche. Un bar de café, a media luz, fino, con las paredes de vidrio, acogedor, tranquilo, en una esquina de vereda amplia, bajo una noche de cielo despejado, sin estrellas, negro y liso. Estoy adentro del bar con Lu, no hay nadie más. Las mesas están servidas, dos o tres empleados van y vienen. Entra una persona. La conozco, es la novia de un amigo. Me saluda y se sienta. Así como entró ella, entran más. Conozco a todos. Familiares y amigos. Parece que es mi cumpleaños y los he invitado. Una parte del bar permanece cerrada, con las luces apagadas. Los invitados se acomodan en las mesas que están cercanas a las paredes vidriadas. Desde allí se ve la calle y a las personas que van llegando. En el bar hay una escalera. La subo y llego a un entrepiso donde hay un reproductor de música enorme y muchos discos. Los miro. Elijo uno: antología personal de Dani Marín. En la tapa está la cara sonriente de Dani con un collage de bandas del rock nacional. Spinetta, Fito, Charly, Pappo y otras que no llego a distinguir. Introduzco el disco en el reproductor y la música comienza a sonar, lenta y melancólica, en el piso de abajo. Es un blues. Mientras miro a los invitados, aparece, pegada a la baranda del entrepiso, la figura de Spinetta. Lo reconozco en el acto, es el flaco de almendra. Joven, eternizado, en blanco y negro.

-¿Qué estás haciendo acá? -me pregunta.

-Pensando en la vida.

-Nunca vamos a entender.

Y mientras se va, o desaparece, agrega: «dejá de esperar».

Bajo por la misma escalera. Encuentro menos gente. Con esta música que pusiste, no es para menos, me dice un amigo. Así como entró uno y no pararon de llegar, desde el primero que se va no dejan de salir hasta qu quedo solo en el bar. Uno de los empleados se acerca, creo que eran tres.

-Jefe, vinimos de onda con los muchachos a trabajar en su cumpleaños. Yo les dije que algo de plata nos iba a dar.

Aquí nos enteramos que soy el dueño del bar y concluye el sueño.

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